“Apenas salgas de la facultad te volvés a
casa”, me dijo mi tía antes de salir. Como estaba apurado –llegaba tarde a la
clase de letras modernas- no me detuve a preguntarle sobre el motivo de la advertencia,
simplemente asentí con la cabeza. Antes de llegar a las escalinatas, vi un
amontonamiento de gente, entre ellos compañeros míos. Me acerqué y pregunté qué
estaba pasando. “Estamos discutiendo porque se decretó el estado de sitio”, me dijeron, algunos de acá están de acuerdo. Como
ese día y el anterior había estado todo el tiempo en mi habitación leyendo
ficciones de Jorge Luis Borges, no me había enterado de lo que estaba pasando
en el país. Rápidamente me puse en tema.
Juan y Pedro que eran radicales estaban
de acuerdo porque lo consideraban “necesario” por todas las cosas que
estuvieron pasando (las amenazas de bomba en las escuelas porteñas, el atentado
contra el ministro del interior, etc) y Antonio y Vicente, ambos peronistas,
consideraban inadmisible aplicar esa herramienta. Como no se podía ni siquiera
mandar un bocado, por el griterío permanente, me fui derecho al aula.
¿Cómo puede ser que estemos en estado de sitio?, como si no tuviésemos historia que reniegue de ese tipo de medidas. Se
están llevando a cabo los juicios a los militares, y se aplica este decreto que
era la moneda corriente durante la última dictadura. Que les estará pasando por
la cabeza. Pero si supuestamente los militares ya no tenían más poder, ¿cuál es
la excusa para quitar las garantías constitucionales a los ciudadanos? Alfonsín
me parece un exagerado. Con razón mi tía me dijo que vuelva temprano, pero no
voy a volver… vivir con miedo nunca más.
Manuel
Sacchi