“El
hecho de hacer la cama todos los días no tiene sentido, es como un esclavo que
en realidad te domina para siempre”, pensé mientras estiraba las sábanas
blancas blanquísimas de mi tía Laura (que dicho sea de paso, no me agradan
mucho, me hace recordar a las visitas del hospital Lucio Molas. Qué bodrio. Por
eso no me ato y desato los cordones, sino que dejo el nudo listo, perfectamente
preparado desde el primer día que me compro zapatillas. Saber que voy a tener
que realizar una actividad invariablemente por el resto de mi vida me
horroriza, o mejor dicho, me desalienta. Entonces, con lo que puedo, me hago el
otario. Estas zapatillas Topper a mí no me van a manejar como me está manejando
la cama. Bueno, en realidad es mi tía ¿hace cuánto que no nos veíamos?, y lo
tercero que me dice es que haga la cama inmediatamente después de levantarme de
la siesta. Lo segundo, que deje el bolso en la habitación. Y lo primero, un
saludo sobrio, bastante seco pero contundente. Cuánta rigidez. Igual es buena,
que se yo, vamos a ver cómo transcurre la cosa. Porque ahora estoy
entusiasmado: hoy es mi primer día en Santa Rosa.
La
esperé en la mesa del comedor con unos mates. Le saqué el polvillo a la yerba
suelta que mi tía compra porque me enteré hace mucho tiempo que sufre de
úlcera. Llegó despeinada, en camisón.
-No
dormiste nada-, me dijo.
-No,
pasa que dormí algo en el viaje-, le dije.
-¿Es
que la cama no te gusta, el colchón te resulta muy rígido?
-No, me
gusta mucho tu cama, es que…
-Ahora
es tu cama. Cómo está tu padre-, expresó en un solo bloque de palabras
- Bien,
igual que siempre, laburando, con sus cosas. Hice mates, ¿querés?
- Tengo
úlcera-, dijo, tajante.
- Por
eso es que colé toda la yerba y le saqué el polvillo, tía Laura-,
Me miró
y entrecerró los ojos, e hizo una mueca agradable que rápidamente desapareció.
Entonces, recibió el suave mate que le cebé y nuestra relación comenzó a
desandarse por buenos caminos. Porque en ese momento ya no se respiró un aire
espeso, sino más bien, brisas de mar.
Mi tía
Laura es hermana de mi padre Ernesto. De chica trabajaba en el campo con mi
viejo, y hasta hace un tiempo, en una zapatería en la calle Villegas, a pocas
cuadras de esta casa, casi en el centro de Santa Rosa. Dejó de trabajar hace
unos años por un accidente en la zapatería: se cortó un dedo. Ahora se dedica,
según me contó hace un rato, a leer diarios (La Arena a nivel provincial, y
Clarín y La Nación a nivel nacional), y a buscar una ocupación, sobre todo un
laburo estable, porque “la cosa está complicada, en cualquier momento estalla
todo”. Ella es dura de aspecto como él. Tiene la misma manía de la limpieza y
la misma muletilla: cada cinco palabras repite la palabra “estee”. Sin embargo,
hay algo que todavía no logro dilucidar, algo que lo diferencia de mi viejo.
Como algo que falta en la superficie, pero que no por eso está ausente. Está
oculto. Como algo que en algún momento dejó de ser y que ahora…
No hay comentarios:
Publicar un comentario